Ellen me miraba curiosa, noté una chispa en sus ojos que me recordaban a su madre.
-Papá, ¿cómo acabó la historia? ¿Intentó matarte?
- Querida, no apresures las cosas, todo a su tiempo – bebí un trago más de aquel vat 69 que me traía tantos recuerdos.
No he podido olvidar aún aquel día y a veces siento como si no hubiera transcurrido el tiempo. La última vez que la vi, la tarde de un maldito viernes 13 de agosto; un número, que parecía traer más que mala suerte. Valentina, mi querida y añorada Valentina, ¿dónde estarás ahora?, ¿me odiarás por siempre? Ni yo consigo perdonármelo.
Aquella tarde, había quedado con ella; ansiaba el momento de poder volver a verla, caer en sus suaves y dulces brazos para olvidar todo aquel mal trago.
Las 8 de la tarde, los últimos rayos de sol invadían las calles y una suave brisa soplaba de esquina a esquina. Recuerdo salir con prisa, pues llegaba un poco tarde y para mi torpeza, me había tropezado al pisar las ligas.
-¡Mierda!- fue lo único que alcancé a decir antes de que mi cara se estampara contra el suelo.
Me levanté algo aturdido, quizás del golpe o de aquel último trago que había tomado antes de salir de casa. Deseaba que Valentina no se diera cuenta, me había echado el bote de colonia para intentar disimular el ligero olor a alcohol; aunque por dentro me reía, sabía que finalmente lo notaría. Me sacudí la ropa, en un intento de limpiarme, y note la calle vacía. Me parecía extraño que a esas horas no hubiera ni un alma, así que busqué a mí alrededor con la vaga idea de encontrar a alguien. Di con un coche a varios metros más atrás, en el había dos tipos; uno con una barba pronunciada que le llegaba hasta el cuello y los ojos ocultos tras un par de gafas; y el otro, un tipo algo bajito, con unos bíceps que dejaban con la boca abierta a todo el que le viera. Entonces, tuve un mal presentimiento y seguí mi camino.
Cuando me encontré ya a bastante distancia, me volví a girar para asegurarme de perderlos de vista, pero seguían allí, y esta vez no era casualidad. Observé como uno se bajaba del coche; no tenía pinta de querer hablar. Cogió una botella de whisky que encontró por la calle y la partió contra la pared.
- Perfecta para rajarme – pensé.
Imaginaba que alguien habría decidido que era más conveniente librarse de mí a que siga por ahí. No lo pensé dos veces y salí por patas, y al parecer ellos tampoco, porque ya oía el ruido del motor acercándose cada vez más y más a mí.
No tenía mucho tiempo para evitar acabar muerto, así que saque fuerzas para seguir corriendo. Mi cuerpo no resistiría mucho, necesitaba perderlos. Giré a la derecha en el primer callejón y seguí corriendo; por suerte este era demasiado pequeño para que pudieran pasar con el coche, y por suerte para ellos también, no sería tan difícil atraparme, de eso ya me había encargado yo; no había salida.
Atrapado, como un completo gilipollas, no sabía ni como había acabado allí. Busque a mí alrededor, en cada rincón, pero nada, ni una salida. Me volvía loco por momentos.
-Este es mi fin- pensé- se acabó lo que se daba.
Ya se oían los pasos que marcaban mi muerte.
-Uno, dos, tres -. Contaba los segundos que transcurrían- cuatro, cinco- ya estaban casi allí.
Justo en ese momento, como si la suerte por fin se decidiera a sonreírme, vi relucir una moneda de cincuenta céntimos al lado de la alcantarilla y se me ocurrió una idea.
Cuando por fin llegaron, los tipejos comenzaron a buscarme.
-Es imposible que haya escapado, tiene que estar por aquí, escondido en algún lado-. Había dicho el barbudo, y comenzaron a revolver todo el callejón, buscar en la basura, detrás de los restos de una casa demolida y otros tantos lugares, pero no daban conmigo.
Pensé que había transcurrido todo el peligro, pero los sentí más cerca que nunca, estaban encima. Un solo movimiento en falso y se darían cuenta de mi existencia.
Fue entonces cuando mi móvil comenzó a sonar; lo extraño es que el sonido no venía de mi pantalón ni tampoco de alguna zona de la alcantarilla. Palpe mis bolsillos, comprobando si aún lo tenía encima y evidentemente, no di con él, se me había caído del bolsillo al bajar al alcantarillado, e imaginaba que quien llamaba era ni más ni menos que Valentina. Todo parecía volver a complicarse.
Recogieron el móvil del suelo y respondieron a la llamada activando el altavoz. Fue así como volví a oír la dulce voz de Valentina. Esta vez enfadada, pues llegaba tarde.
-Atila, ¿dónde te has metido? Llevo rato esperándote, espero que no te hayas metido en problemas – problemas, era justo lo que tenía.
-Tranquila, está con nosotros, si deseas despedirte ven pronto, porque si tardas demasiado… no volverás a tener oportunidad de verlo- colgaron y se rieron entre ellos.
Quizás si no hubiera perdido el móvil ella nunca se habría metido en esto, pero también podría haberme dado por muerto en ese mismo momento. Lo único que puedo decir es que sigo vivo. Y si, me arrepiento de lo que ocurrió después, día tras día lo recuerdo y nunca he llegado a perdonarme. Mientras viva, no volveré a cometer el mismo error, lo prometo; y también prometo que no desenterraré aquel pasado que acabó cambiando el rumbo de mi vida.
-Hija mía – besé su frente- quizás algún día pueda acabar de contarte la historia, pero de momento es algo que es mejor que quede en el pasado.
-Amor mío, Ellen, ya está lista la cena, ¿venís?-.
-¡Sí mamá! Ahora vamos-.
Cogí mi vaso y me dirigí a la cocina. Maydo estaba sacando el pollo del horno, lo colocó sobre la mesa y me susurró.
-¿Estás bien? Te noto un poco pálido-.
-Sí, no te preocupes – le sonreí intentando tranquilizarla.
Nunca nadie supo nada al respecto, aquel era un secreto que me guardaría hasta el día de mi muerte.